¿Por qué muros contra el mundo? Tan rico les pareció su propio interior que prefirieron dar la espalda a la otra realidad, quizás a la realidad en sí misma. ¿Egoísmo? ¿Narcisismo? ¿Soberbia? No creo que fuese así. ¿Qué les aportaba el mundo más allá de sus murallas? Lamentos y asunción de su propio Destino. Fin inevitable al que tanto temían. Creyeron necesario (más que necesario, mucho más) no sólo mirar hacia dentro de sí mismos, sino también alzar torres para proteger todo lo que habían creado; siglos y siglos de pensamiento, símbolo de una cultura profunda. Defensa ante todo lo ajeno, que por ser así, se les antojo, quizás muy acertadamente, peligroso e inútil.
Muros sobre montañas. Y detrás la duna plateada. Delante, el más maravilloso atardecer. En las torres balcones; en los muros miradores para contemplar la vida. Sólo mirarla desde lejos, sin oírla ni tan siquiera tocarla. No necesitaban estar dentro de ella. No querían estarlo. Detrás de las murallas y dentro de los torreones su complejo universo. Patios abiertos al cielo. Ventanales blancos sobre el verde del jardín. Y por todas partes la misma frase. Desde la altura de los ojos hasta el borde del cielo. Escritas en todos los posibles tamaños las palabras que dan sentido a su existencia. Símbolos que se repiten una y otra vez, para que lean el mensaje miren a donde miren y así no olviden por qué están ahí y qué significa ser lo que son. ¿Y qué son? Pronunciarla les recuerda que no son nada. Humildad frente ante todo. Consciencia de lo eterno. Inmensidad del mundo.
Mientras esperan su Destino, ellos se dedican en alma a pensar, a dar sentido al sentido de las cosas, sentados frente a las fuentes y las albercas, que reflejan sobre el agua el mundo que les rodea y que es la imagen oscilante de la realidad última.
“No hay placer más complejo que el pensamiento”, y a ello se dedicaban.
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